Preguntar para comprender y evitar interpretar el mensaje de nuestro interlocutor

Los humanos disponemos de la capacidad cognitiva para interpretar los dichos y los hechos de nuestro interlocutor y las nuestras en forma de creencias y deseos. Esta habilidad ha sido crucial para nuestra supervivencia y permite la comunicación entre las personas. A su vez, el hecho de poder interpretar las acciones de nuestros congéneres nos lleva al «desastre» comunicativo.

Este «desastre» ocurre a veces porque nos relacionamos con el otro no a partir del conocimiento de sus intenciones y deseos sino a partir de nuestras presuposiciones sobre las que creemos son sus intenciones y deseos. Además, contrastamos sus intenciones con las nuestras y en función del resultado valoramos la situación, siendo esta una percepción emocional. Todo un juego de estrategias personales.

Si tenemos en cuenta los condicionantes del contexto, las experiencias anteriores con esa misma persona, los «ruidos» comunicativos (dificultades expresivas) y sobre todo las expectativas que nos hayamos hecho, todo ello hace compleja la comunicación, la consideramos y se puede convertir en «difícil».

¿Cómo evitar esta interpretación?

Sería un error desmerecer nuestra capacidad interpretativa, puesto que gracias a ella la humanidad ha hipotetizado sobre ella misma y es una de las bases de su supervivencia. Pero en las relaciones hay que tratar las hipótesis con mucho cuidado y discreción. Las podemos hacer para nosotros mismos, pero no arrojarlas al otro plenamente convencidos de que tenemos razón.

¿Acaso razonamos y sentimos todos igual? ¿Acaso es tan sencillo hacer un escaneado de los pensamientos ajenos? A menudo ni nosotros mismos acabamos de explicarnos cosas que hacemos o que pensamos. ¿No dará mayor y mejor resultado si nos acostumbramos a preguntar las cosas? El objetivo debe ser comprender lo que me están diciendo.

Ejemplos de interpretar y preguntar

Se trata de una conversación entre conocidas que se encuentran en la calle:

P1 —¡Hola! Hacía tiempo que no nos veíamos… ¿cómo estás?

P2 —Pues mira, ¡tirandillo!

P1 —¿Tirandillo? Bueno, claro, que sigues sin trabajo, ¿no?

P2 —No… es que en casa las cosas no andan bien.

P1 —¿Así que vuelves a tener problemas con tu pareja?

P2 —No… es que nuestra hija mayor va muy a la suya.

P1 —A esta edad hacen sufrir mucho porque no sabes bien con quién se juntan.

P2 —No… es que se quiere ir a estudiar al extranjero y…

P1 —¿No te hace gracia, verdad?

P2 —No… si lo entiendo muy bien, porque es una buena oportunidad, pero…

P1 —¡No lo ves claro!

P2 —No es eso… es que… ya sufro por su ausencia… llevo unos días malos y, claro, en casa se resienten…

En esta conversación P2 ha iniciado prácticamente todas sus replicas con un no, es decir, se ha pasado la charla aclarando las presuposiciones de P1. Por su parte, P1 ha caído en la trampa de usar informaciones antiguas (estar en el paro o problemas con la pareja) sin preocuparse por actualizarlas y sin captar el sentimiento de fondo. P1 iba completando las frases que iniciaba P2 en una muestra de su capacidad interpretativa.

Veamos ahora qué hubiera pasado si P1 se limitara a preguntar:

P1 —¡Hola! Hacía tiempo que no nos veíamos… ¿cómo estás?

P2 —Pues mira, ¡tirandillo!

P1 —¿Qué significa tirandillo? / No te noto muy animada, ¿pasa algo? (pregunta)

P2 —Pues mira… que en casa las cosas no andan bien.

P1 —¿Y eso? / ¿Qué es lo que no anda bien por casa? (pregunta)

P2 —Nada grave… sólo que la hija mayor se nos va a estudiar al extranjero.

P1 —Ya. Y ¿qué es lo que te preocupa? (pregunta)

P2 —Me cuesta hacerme a la idea de tenerla tan lejos… y, claro, estoy nerviosa…

P1 —¿Y adónde te llevan esos nervios? (pregunta)

P2 —Sí, mira… a estar todo el día de malas… no hago nada bien… estoy distraída… a lo mejor estoy exagerando, ¿verdad?

P1 —Supongo que es una buena oportunidad para tu hija, ¿no? (pregunta)

P2 —Sí, ¡por supuesto! Ella está encantada, seguro que le va a ir muy bien.

P1 —¿Y eso no te alegra? (pregunta)

P2 —¡Claro! …pero la voy a echar mucho de menos.

En esta segunda conversación P2 ha esbozado muchas más afirmaciones y sobre todo ha podido expresar mucho mejor sus emociones,

Hacer preguntas no significa hacer pasar a nuestro interlocutor por un tercer grado. Se trata de hacer preguntas que no suenen a preguntas. ¿Cómo hacerlo? Estando con la otra persona desde el corazón y la empatía. Cuando intentamos «razonar», esa relación ya no va a acompañar a esa persona sino que la va a analizar. Razonar es un buen método cuando estamos evaluando y analizando una situación o un problema. No es la forma de iniciar la conversación.

Una técnica sencilla para hacer preguntas en lugar de afirmaciones es convertir la afirmación en pregunta. Ejemplo:

– Afirmación: «esto te tiene que alegrar»

– Pregunta: «¿y esto no te alegra?»

Sería muy interesante saber cómo ha recibido P2 la comunicación propuesta por P1 en cada uno de los casos. Nos serviría para entender una de las presuposiciones básicas de la comunicación:

La eficacia de mi comunicación se mide por la respuesta que obtengo del otro.

Una canción para animar a preguntar y descubrir el fondo de la persona:

Amplía información sobre comunicación interpersonal en este enlace.

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